domingo, 19 de mayo de 2013

El silencio de la montaña


Dos semanas de reposo para poder volver a sentir las sensaciones de encontrarme de bien, de no sentir dolor, de poder hacer cualquier movimiento con el pie lesionado y no sentir ninguna molestia. 

Hoy he tenido un merecido premio, una primera prueba para saber como respondería el pie en una suave ruta por la sierra de Ávila.

Ávila esa pequeña gran ciudad, llena de grandes historias, de pequeños rincones escondidos, de su gente humilde y sencilla, que te hace sentir como en casa, pero sobre todo de unos grandes amigos, que con pasión nos cuentan las historias y curiosidades de esta ciudad.

Aprovechando que no hay mejor guía en Ávila que mi gran amigo Raúl, una gran persona, con alma de montañero y corazón artista, nos introduce no sólo en la historia clásica de Ávila recorriendo sus calles, sus Palacios y su magnífica muralla, sí no que sabiendo de mi pasión por la montaña, nos enseña que Ávila no sólo tiene historia en sus murallas, sí no que tras ellas podemos encontrar esa historia que poca gente descubre y que no esta tan explotada, donde para mi reside su verdadero encanto, su belleza y su alma, está en esas magníficas montañas que desde arriba cuidan de esta ciudad.

Son las 11 de la mañana cuando amanecemos con un día por desgracia nublado y con serias amenazas de llover, pero no nos impide preparar nuestras mochilas y disfrutar de nuestro breve paseo hacia una de esas colinas donde descubriremos un pedacito de historia de esta provincia. 

Aparcamos los coches a los pies de la montañas y comenzamos la breve subida con ligeras gotas de lluvia que nos acompañan en nuestro viaje. Unos primeros pasos donde noto que mi pie se porta bien, donde sin forzar puedo subir montaña arriba sin notar ni una sola molestia, disfrutando de las historias de Raúl y compartiendo cada paso con mi mujer, Miriam, Marcos y Tania compañeros en esta pequeña aventura.

A medio camino descubrimos que no estamos solós, que con descaro hemos interrumpido la tranquilidad de las que disfrutaban el verdadero tesoro de Ávila, son un pequeño grupo de Vacas Avileñas-Negras, que pastan tranquilas disfrutando de ese silencio que pocos podemos apreciar y disfrutar.

En la cima nos encontramos con un tesoro que pocos conocen, que nadie explota, pero que sinceramente y bajo mi opinión yo prefiero que así sea. Son los restos de una civilización celta, El castro de Ulaca, restos que te hacen llevar muchos siglos atrás y observar desde la cumbre de la montaña como, podrían vivir estos primeros Abulenses. 

Pero sin embargo lo que menos nos esperábamos, era una visitante que a 19 de mayo parece increíble que podamos encontrar, ligeros copos de nieve comenzaron a caer del cielo encapotado de Ávila, que con el paso de los segundos se convirtieron en copos más grandes que nos hicieron bajar, y dejar de disfrutar de la belleza de todo el entorno.

Después del breve relato del Raúl explicándonos a qué pertenece cada resto de la ciudad y disfrutando del paisaje, rehacemos el camino para coger los coches e ir dirección a reponer fuerzas comiendo comida típica Abulense. Pero no en cualquier sitio, en un sito especial, un restaurante donde te hacen sentir como en tu propia casa, con un pequeño salón adornado como el comedor de cualquier casa de Ávila, donde una entrañable abuela nos da de comer unas magníficas migas, judiones de Barco de Avila y patatas revolconas de primero, todo con un sabor maravilloso, comida hecha con cariño de verdad. De segudo no podía faltar el chuletón de Ávila acompañado de unos filetes de lomo, todo exquisito, pero sin duda, el cariño con el que te tratan, es lo que merece más la pena, un sitio que sin duda no sólo recomiendo, sí no que os pido que sí pasáis por Ávila, os desviéis hasta Menganuñoz para disfrutar de una verdadera comida en el restaurante El Paseo de Gredos.

Un magnífico fin de semana, en una tierra con mucho encanto, pero sin duda no hubiera sido así, sin la maravillosa compañía de unos amigos que hacen que cada momento sea único.

Y ahora, al final del día me viene a la cabeza un momento muy especial, que ahora con el bullicio de los coches y la gente se echa de menos. Es el silencio, ese silencio que en un momento pudimos disfrutar en aquella montaña, fué sólo un momento que todos nos callamos para disfrutar de él, ese silencio que en poco sitios podemos encontrar, que en el fondo no es silencio, donde se escucha el agua bajar por el arroyo, donde a lo lejos se puede escuchar el resonar de unos cencerros, el silencio de poder escuchar el viento, las gotas caer, un silencio que grita a voces su libertad, un silencio que no dudaré en volver a disfrutar de él en mi vuelta a aquellas tierras, donde caminaremos por otros caminos, y donde nos volveremos a reencontrar con él, con el silencio de la montaña.



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